miércoles, julio 05, 2006

Sorpresa (carta al director publicada en larepublica.es)

Madrid. Tarde de domingo en los aledaños de la estación de Príncipe Pío. Mientras compro una bandera para un amigo futbolero que se va a Alemania (a trabajar) me paro a hablar un rato con el dependiente del tenderete. Éste me comenta lo bien que va el negocio con el Mundial y la variedad de banderas españolas que tiene a la venta: con escudo, sin escudo, con el toro de Osborne, con otro toro, sin nada...y ésta.

Ésta era, como ya empezaba a olerme, la tricolor. En otras ocasiones yo se la había visto expuesta al lado de otras, como la brasileña o la saharaui, pero ya hacía días que no le veía el pelo. De hecho, el vendedor me la mostró con cierto cuidado sacando una esquina sobre la caja de plástico que la contenía. Con cierta cara de pasmo, que justificaba diciendo que él era italiano y que no sabía de qué iba aquello, me preguntaba cosas sobre aquella bandera, y le solté un par de generalidades antes de quedarme yo mismo más patidifuso que él. La bandera estaba allí porque la policía le había dicho que aquella era una bandera prohibida y que por lo tanto no la podía mostrar. La policía. Ver para creer.

Aunque soy poco de banderas, le tengo cariño a la tricolor. Supongo que porque representó cosas importantes y un pasado que este país debería, cuando menos respetar. En cualquier caso, no se merece el trato que algunos garrulos, de motu propio u obedeciendo órdenes, le dan por las esquinas de este país.

Este verano, si por un designio cósmico España gana el Mundial de fútbol (o de baloncesto, que me haría más gracia) igual me lío la manta a la cabeza y salgo a celebrarlo. Y hasta puede que en un momento así me pinte la cara. En ese caso sólo usaría dos colores. Tengo treinta y cinco años y para mí la bandera de mi país es la constitucional, la de los colores que se inventó Carlos III para que los barcos fuesen reconocibles en la niebla y que, supongo que por motivos tan útiles como estos, mantuvo la I República. Como diría un castizo, es la que me ha tocado vivir, y tampoco nos ha ido tan mal con ella.

La República no es la panacea. Es una forma de gobierno. Muchos en este país opinamos que es la lógica, a poco que se crea en la democracia. Pero otros muchos no opinan esto y creen que un árbitro independiente de los partidos, que para el caso es una testa coronada, es imprescindible en un lugar tan propenso al cainismo como es este país. Y también hay que saber entender este argumento.

Deberíamos tener una forma de gobierno republicana cuando lo quiera la gran mayoría de los ciudadanos, pero no antes. Y para que esto sea posible habrá que tirar más de la educación, el civismo y el sentido práctico que de la paleta de colores.